En rehabilitación, una aguja es un medio para intervenir en la fisiopatología de un proceso biológico dentro de un plan terapéutico definido. Los resultados dependen de cómo se integra la intervención en un programa clínico orientado a la recuperación funcional por sobre el tratamiento meramente sintomático. El error frecuente es centrar el abordaje en la técnica o en la sustancia y no en el objetivo terapéutico. La rehabilitación musculoesquelética busca devolver capacidades al paciente con dolor; en ese contexto, la mejoría sintomática es un medio y no un fin. El control del dolor es valioso sólo si facilita la implementación de un plan de fondo; cuando se prioriza de forma descontextualizada, la función puede deteriorarse y cronificarse la discapacidad.
Por intervencionismo musculoesquelético entendemos la aplicación percutánea, guiada, de una sustancia o de un agente físico en un sitio y con un objetivo definidos. La misma herramienta puede servir a fines distintos según el objetivo. Por eso, primero se piensa el proceso fisiopatológico que se quiere intervenir —inflamación, sensibilización, lesión, dolor—, se define el objetivo, y luego se actúa en un lugar específico con la técnica y la sustancia propias de ese objetivo. En otras palabras, el objetivo orienta el blanco tisular, la vía, el volumen y la dosificación, y determina cómo se integrará la intervención con el resto del plan de rehabilitación.
Desde esta perspectiva, las técnicas invasivas pueden perseguir diversos objetivos clínicos:
- Bajar carga mecánica de un tejido sobreexigido, por ejemplo descomprimir una articulación mediante artrocentesis o reducir bandas tensas para descargar un tendón.
- Mejorar una función concreta, por ejemplo reforzar una estructura estabilizadora cuando la evaluación demuestra claudicación funcional, aun sin lesión visible en la imagen.
- Desensibilizar tejidos periféricos cuando la reactividad mecánica impide el movimiento.
- Favorecer la reparación tisular con técnicas de medicina regenerativa, cuando corresponda.
- Disminuir el dolor con criterios de seguridad y sin confundir analgesia con rehabilitación.
- Modular componentes neurovegetativos del dolor dentro de un abordaje global.
Esta forma de pensar ordena la práctica: primero el diagnóstico funcional y fisiopatológico con una semiología cuidadosa, luego el estructural y el sintomático, y recién entonces la técnica. Asimismo, la intervención debe articularse con un programa de rehabilitación musculoesquelética que incluya control de cargas y recuperación funcional mediante entrenamiento específico de las capacidades motoras deterioradas, con dosificación adecuada de fuerza, resistencia, control motor y estabilidad, y flexibilidad. Sin esa integración, la técnica se vuelve inespecífica y sus resultados, erráticos.
En síntesis, pasar de “qué técnica tengo para aplicar” a “qué mecanismo fisiopatológico quiero intervenir” mejora la pertinencia, la seguridad y la reproducibilidad de los resultados en rehabilitación. Primero pienso, luego intervengo con una aguja.
Formación recomendada
Profundizamos esta perspectiva en los cursos de la AIMM y en el Workshop en Madrid: Técnicas intervencionistas de medicina regenerativa para el tratamiento del dolor.